SANTA GENOVEVA DE PARÍS

Santa Genoveva de París (en francés, Geneviève, latín: Genovefa, latinización del fráncico kenowīfa o Kenuwefa, formado de keno, 'género' o 'raza', y wefa, 'esposa') (Nanterre, c. 420 - París, c. 502, según las fuentes y la tradición) fue una virgen francesa, venerada como santa por la Iglesia católica. Fue nombrada patrona de la ciudad de París y de su Gendarmería. Su vida es conocida gracias a una Vida de Santa Genoveva escrita hacia 520, alrededor de dieciocho años después de su muerte.

Su padre, Severo (en latín, Severus), era probablemente un franco romanizado, y su madre, Geroncia, de ascendencia griega. Se entrega a Dios muy joven, llevando una vida consagrada y ascética probablemente desde los 16 años de edad.

Genoveva pudo haber nacido entre el año 419 y el 423 en la pequeña aldea de Nanterre, cerca de París. Su padre poseía una pequeña casa de campo y un rebaño de ovejas que proveía la lana para que su esposa, Geroncia, la hilara. Cuando Genoveva alcanzó edad suficiente, se hizo cargo de apacentar las ovejas a orillas del río Sena, o en las vertientes del monte Valerio. A la edad de siete años, impresionada por las vidas de los santos que sus padres le contaban en las noches, Genoveva prometió consagrar su vida a Dios.

Cierto día, cuando Genoveva tenía ya diez años, llegó a la aldea de Nanterre la noticia de que dos de los más ilustres obispos de las Galias iban a pasar por allí. A los pocos días llegaron Germán, obispo de Auxerre, y Lupo, obispo de Troyes (posteriormente, San Germán y San Lupo), quienes se dirigían a la Bretaña francesa por orden del Papa Celestino I para combatir la herejía de Pelagio (pelagianismo), que negaba el pecado original. Los dos obispos se detuvieron en una pequeña iglesia que había en Nanterre dedicada al mártir San Mauricio. Todos los aldeanos fueron a recibir su bendición. Durante un sermón que el obispo Germán dio a la comunidad, se dice que una luz sobrenatural comenzó a brillar sobre la frente de la niña Genoveva. Entonces el obispo la llamó, le besó la frente y le profetizó a sus padres que esa niña sería grande ante el Señor, y que encaminaría a muchos infieles y pecadores que con su intercesión alcanzarían la salvación. La niña le dijo entonces al obispo que le había prometido al niño Jesús que sería su esposa, y el obispo le repuso que Dios había aceptado su ofrecimiento, y que debía volver al día siguiente para ser desposada. Al otro día, Genoveva llegó con sus padres a la iglesia, donde el obispo Germán, poniéndole su mano sobre la cabeza, la consagró a Dios y le colgó en el cuello una medalla de cobre que tenía grabada la señal de la cruz.

Después de la partida de los obispos, Genoveva se volvió cada vez más retraída y solitaria, y se decía que tenía visiones de los ángeles que descendían y le hablaban mientras ella apacentaba su rebaño.

Un día, el padre de Genoveva se disponía a ir a la iglesia; entonces Genoveva se ofreció a acompañarle, pero su madre, Geroncia, por algún capricho inexplicable, se opuso a que Genoveva fuera y la regañó, al punto de darle una bofetada. En ese mismo instante, Geroncia perdió la vista. Este hecho entristeció tanto a Genoveva, que día y noche rogaba a Dios para que su madre recobrara la vista, mientras que Geroncia reconoció su falta y aceptó el hecho como un castigo merecido. Dos años pasaron cuando una mañana Geroncia envió a su hija al pozo por agua, y mientras la niña llenaba la cántara con agua, sus lágrimas, que resbalaban por sus mejillas, caían a la misma cántara. Entonces llevó el agua a su madre, y haciéndole la señal de la cruz, se la dio para que se lavara el rostro. Al hacerlo, Geroncia recuperó la vista, y desde entonces se hicieron famosos los pozos milagrosos de Nanterre.

Cuando cumplió quince años, Genoveva fue a París con el deseo de consagrarse en la comunidad religiosa. El obispo de París, llamado Flaviano, quien ya conocía la fama de Genoveva, la consagró, pero como no había aún conventos en aquella región, Genoveva se dispuso a llevar la vida religiosa en la casa de sus padres, quienes murieron poco después. La herencia que recibió de sus padres la repartió en limosnas a los pobres, y se fue a vivir a casa de su madrina, que vivía en París. Allí comenzó a practicar penitencias, como no comer más alimento del estrictamente necesario para vivir, al punto de que llegó a comer sólo dos veces por semana, el domingo y el jueves. Tiempo después, cayó enferma de lepra, y luego padeció una parálisis completa durante tres días. Entonces comenzó a ser atacada por sus vecinos, quienes la tachaban de loca, hipócrita y fanática.

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