EUGENIA DE MONTIJO

María Eugenia Palafox Portocarrero y Kirkpatrick, condesa de Teba, más conocida como Eugenia de Montijo (Granada, 5 de mayo de 1826-Madrid, 11 de julio de 1920) fue una aristócrata española y emperatriz consorte de los franceses como esposa de Napoleón III.

María Eugenia Ignacia Agustina de Palafox-Portocarrero de Guzmán y Kirkpatrick nació en Granada, en la calle Gracia número 12, el 5 de mayo de 1826. Eugenia fue la segunda hija de Cipriano Palafox y Portocarrero-Idiaquez, XIII duque de Peñaranda, conde de Montijo y de Teba y grande de España, hijo de Felipe Antonio de Palafox Croy, quien también utilizó el apellido Guzmán por herencia de Inés de Guzmán, condesa de Teba. Fue militar y político liberal, masón y afrancesado que combatió en la guerra de la Independencia española al lado de José Bonaparte. Su madre fue Enriqueta María Manuela KirkPatrick de Closeburn y de Grevignée, aristócrata española hija del escocés William KirkPatrick, un exiliado en España en su juventud por apoyar a la casa de Estuardo en sus pretensiones dinásticas, quien fue cónsul de los Estados Unidos en Málaga y de la belga Marie Françoise de Grevignée.

Vino al mundo, en aquella fecha en la que la noble Ciudad de la Alhambra sufría un importante terremoto que presidía el momento del alumbramiento adelantado un par de semanas debido al susto del seísmo, en una tienda de campaña habilitada para el caso en el exterior del palacio en el que residía la familia, por temor a un derrumbe fatal, teniendo Eugenia su primera experiencia vital sobre una tierra que se resquebrajaba a modo de saludo ante los primeros alientos de su vida, y como ella misma diría más adelante, bajo un árbol en un bosquecillo de laureles y cipreses. Azaroso fue su nacimiento, como azarosa fue su vida; arquetipo de dama granadina que nunca utilizó el apellido Guzmán como su padre, aunque se sentía orgullosa de su ascendencia con Alonso de Guzmán, más conocido en la historia como Guzmán el Bueno.

En 1835, Eugenia fue enviada a Francia a estudiar en el Convento del Sagrado Corazón y luego en el Gymnase Normale, Civile et Orthosomatique, recibiendo en ambos una profunda formación católica, que la acompañaría hasta el final de su vida. En 1837 tuvo una corta y desagradable estancia en un internado en Brístol, al sudoeste de Inglaterra.

Se dan por ciertas las circunstancias de que cuando contaba con 12 años, una vieja gitana del Albaicín granadino, se acercó a ella pera leerle las líneas de su mano, y predijo que llegaría a ser reina. Diez años más tarde, ya en París, el Abate Brudinet, que ejercía el ministerio pastoral junto a la quiromancia, visionaba en la misma mano una Corona Imperial. Curiosas coincidencias esotéricas, que llegarían, con el paso de los años, a confirmar predicciones de juventud.

Siendo ya moza pasaron por la casa familiar grandes intelectuales del momento, viajeros ilustrados que ofrecían noticias de los acontecimientos de la Europa más rancia y refinada, se ofrecían grandes fiestas a las que acudían diplomáticos, escritores, músicos, toreros y grandes celebridades de la época. Entre ellos estaba el novelista Juan Valera, quien dejó en una carta una curiosa descripción de la joven de 21 años en 1847:

Pero más trascendencia tuvo su trato con otro escritor, el francés Prosper Mérimée, quien se convirtió en un personaje asiduo a las reuniones que se mantenían en el domicilio familiar y que pronto trabó una amistad especial con la adolescente Eugenia, con quien cambiaba impresiones sobre las costumbres e historias de un pueblo español acostumbrado a debatirse por sus pasiones de forma incontrolada tanto en el amor, como en la guerra, y fruto de una de esas conversaciones, Eugenia le habló del romance protagonizado por una cigarrera, un torero español y un soldado, una historia y una pasión que Mérimée supo argumentar en su novela Carmen, la obra que le proporcionó la inmortalidad, y en la cual se basó posteriormente la famosa ópera homónima de Georges Bizet.

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