LA LEYENDA DE LOS PIRATAS

La piratería es una práctica de saqueo organizado o bandolerismo marítimo, probablemente tan antigua como la navegación misma. Consiste en que una embarcación privada o una estatal amotinada ataca a otra en aguas internacionales o en lugares no sometidos a la jurisdicción de ningún Estado, con el propósito de robar su carga, exigir rescate por los pasajeros, convertirlos en esclavos y muchas veces apoderarse de la nave misma. Su definición según el Derecho Internacional puede encontrarse en el artículo 101 de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar.​

Junto con la actividad de los piratas que robaban por su propia cuenta por su afán de lucro, cabe mencionar los corsarios, unos marinos contratados por el Estado mediante patente de corso para atacar y saquear las naves de un país enemigo. La distinción entre pirata y corsario es necesariamente parcial, pues corsarios como Francis Drake o la flota francesa en la Batalla de la Isla Terceira fueron considerados vulgares piratas por las autoridades españolas, ya que no existía una guerra declarada con sus naciones. Sin embargo, el disponer de una patente de corso sí ofrecía ciertas garantías de ser tratado como soldado de otro ejército, y al mismo tiempo acarreaba ciertas obligaciones.

Las zonas de mayor actividad de los piratas coincidían con las de mayor tráfico de mercancías y de personas. Las primeras referencias históricas sobre la piratería datan del siglo V a. C., en la llamada Costa de los piratas, en el Golfo Pérsico. Su actividad se mantuvo durante toda la Antigüedad. Otras zonas afectadas fueron el mar Mediterráneo y el mar de la China Meridional.

Ya en la época final de la República romana, los piratas en el Mediterráneo llegaron a convertirse en un peligro, desde sus bases primero al sur de Asia Menor en las montañosas costas de Cilicia y más tarde por todo el Mediterráneo, puesto que impedían el comercio e interrumpían las líneas de suministro de Roma.

A diferencia de siglos posteriores, los piratas de la Antigüedad no buscaban tanto joyas y metales preciosos como personas. Las sociedades de aquella época solían ser en su mayoría esclavistas, y la captura de personas para ser vendidas como esclavos resultaba una práctica altamente lucrativa. Pero también se buscaban piedras preciosas, metales preciosos, esencias, telas, sal, tintes, vino y otros tipos de mercancías que solían transportarse en los barcos mercantes, caso de los fenicios.

Uno de los casos más conocidos de piratería contra las líneas de navegación lo protagonizó Julio César, que llegó a ser prisionero de los piratas cilicios (75 a. C.). Plutarco en Vidas paralelas cuenta que el jefe cilicio estimaba el rescate en 20 talentos de oro, a lo que el joven César le espetó: «¿Veinte? Si conocieras tu negocio, sabrías que valgo por lo menos 50». El cautiverio duró 38 días, en los cuales el rehén amenazó a sus captores con crucificarlos. Finalmente el rescate se pagó y el futuro cónsul de Roma fue liberado. Pero César cumplió su amenaza, y cuando recobró la libertad organizó una expedición, pagada con su propio dinero, durante la que apresó a sus captores y los crucificó a todos.

La piratería, sobre todo la perpetrada por piratas cilicios, alcanzó niveles preocupantes para Roma hacia el final de la República. En el 67 a. C., el senado romano nombró a Pompeyo procónsul de los mares, lo que significaba que se le otorgó el mando supremo del Mare Nostrum (el mar Mediterráneo) y de sus costas hasta 75 km mar adentro. Se le concedieron todos los ejércitos que se encontrasen a las costas del Mediterráneo, contando así con unos 150.000 efectivos, así como el derecho de tomar del tesoro la cantidad que necesitase. Finalmente, se le proveyó con una flota bien pertrechada. En diversas operaciones eliminó en cuarenta días a todos los piratas de Sicilia e Italia y, tras el asedio y toma de Coracesion, a los piratas de Cilicia, acabando así, en cuarenta y nueve días, con los piratas de la zona oriental del Mediterráneo. Asimismo debe apuntarse que dichos piratas solo presentaron la resistencia imprescindible para poder solicitar una rendición honrosa.

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